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sábado, 27 de abril de 2013

Con Fe

Enterarse de cuestiones así tan cerca del día del niño, hace tambalearse a mi niña interior...

Es por esto que hago de esta pequeña historia un homenaje a esos niños que andan en nosotros, jugándonos bromas de vez en cuando y saliendo para que todos puedan verlos aunque sea un poco, y a ese gran hombre sin el que mi infancia no habría sido lo que fue...

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    De pequeña, al salir del Colegio, caminaba junto a "tras" mis hermanos lo que se me hacía una eternidad para llegar a casa, con una mochila que más bien estaba cerca de ser mi ancla pero en la que cargaba "mi vida entera" (libros, libretas, colores, notas de mis amigos, cartas, dibujos, dulces, y un sin fin de sin fines dependiendo el día del que estemos hablando).

Así, luego de una gran subida y toda la desesperación porque nadie hacia caso a mis súplicas de "no tan rápido", "espérenme", y mis pasos ya no daban para seguir corriendo en un intento de emparejarme; llegaba al que por mucho tiempo diría que fue mi paraíso, la tiendita de Don Juan.

Apenas verla me desentendía de mi persecución y hacía lo propio, tal y como a mi modo de verlo, seguía el siguiente protocolo:

- Hola... Hmmm... ¿Cuánto cuesta esto?
- Tanto (Realmente no recuerdo que me fijara en el precio sino en lo que se me antojaba... Por eso no pongo el establecido)
- Ahhhh ¿y esto?
- Tanto
- ¿Y cuánto cuesta eso?
- ¿Cuál, este?
- ¡No!, ese, (luego de su movimiento de mano, en señal del correcto) sí ese...
- Tanto
... Y después de un buen rato de estar así (ahora me doy cuenta que parte de lo lindo era ver su sonrisa y la paciencia con que me trataba aún cuando sabía que me había escapado y que siempre seguía este protocolo, sin falla alguna)
- No, ¿Cuánto me dijo de este? (Señalando el primero)
- Tanto
-Hmmmm (pensando un bueeeeeen rato...), ¿para qué me alcanza con esto? (estirándome hasta alcanzar el mostrador y soltando mis moneditas)
... Claro que todas las veces, él  hizo su parte, bien pudo pasar desapercibido pero ¿tener suerte siempre? Hacía como que contaba las monedas y luego me entregaba el "producto" que más había llamado mi atención ese día
- Este cuesta justo lo que me diste, ten
- Siiiiii, gracias Don Juan
- De nada, ¿Y tus hermanitos?
- Hmmm allá (señalando justo afuera), adiós
- Adiós nena

En ocasiones mis hermanos sí estaban afuera, en otras esperándome en la banqueta como haciendo guardia, pero fuera como fuera, la mirada de Don Juan nos acompañaba tierna, hasta doblar la esquina.

Definitivo, nada hubiera sido igual sin él. Tiempo después, lo veíamos cada vez menos, pero siempre nos reconoció y saludó con aquel cariño inigualable, de ese cariño de "extraños" que no sabría explicar.

Hoy recibí la noticia. Fui a la tienda de Don Juan y resulta que ya es OFICIALMENTE un ángel. Tengo fe en ello; e incomprensiblemente quizá, para quienes no lo conocieron, me encuentro añorando su sonrisa...